martes, 28 de diciembre de 2010

Una bella odisea visual por el cerebro

Carl Schoonover, a la mitad de un doctorado en neurociencias, decidió atraer al lector general hacia sus estudios gracias a la simple belleza de sus imágenes.

PORTRAITS OF THE MIND. Atrae al lector general hacia la neurociencia, con la belleza pura de sus imágenes que iluminan el cerebro.
¿Quién ha visto la mente? Ni usted ni yo --ni ninguna de las legiones de neurocientíficos que se empeñan en abrir los secretos de esa fuerza invisible, tan poderosa y errática como el viento. Los expertos definitivamente están más cerca: las últimas décadas han producido una explosión de técnicas nuevas para investigar el cerebro en busca de la mente que piensa, siente, sufre y conspira.

Pero el campo sigue siendo tecnológicamente complicado, fuera del alcance para el no científico promedio, y todavía está definido por una investigación tan básica que la conexión humana, el "gancho" acostumbrado por el que la ciencia difícil de comprender captura el interés general, con frecuencia está ausente.

Carl Schoonover asumió esto como un reto. Schoonover, de 27 años, quien se encuentra a la mitad de un doctorado en neurociencias en la Universidad de Columbia, en Nueva York, decidió atraer al lector general hacia sus estudios gracias a la simple belleza de sus imágenes.

Así que las ha reunido en un nuevo libro de arte ilustrado recién publicado. Portraits of the Mind: Visualizing the Brain From Antiquity to the 21st Century (Retratos de la mente: visualizando el cerebro desde la antigüedad hasta el siglo XXI) incluye ensayos cortos de prominentes neurocientíficos y largos pies de fotos de Schoonover, aunque sus palabras pasan a un segundo término ante las hermosas imágenes. Los científicos con frecuencia son seducidos por la belleza. A veces, la emoción está en la magia de una técnica fabulosa para obtener información difícil de encontrar.

Considere una pequeña fotografía borrosa en blanco y negro de un ícono de carita feliz, tan borrosa y mal definida que parece una parodia del Manto de Turín. La imagen es, en realidad, un milagro en sí misma: la videocámara de alta velocidad está apuntando al cerebro expuesto de un mono observando una carita feliz amarilla. Mientras el mono veía la carita, los vasos sanguíneos que alimentan a las células nerviosas en la parte visual del cerebro del mono se inflamaron brevemente en exactamente el mismo patrón.

Podemos detectar lo que había en la mente del mono al inspeccionar su cerebro. La imagen forma un vínculo, primitivo, pero palpable, entre lo corpóreo y lo evanescente, entre el cuerpo y el espíritu.

Y tras la fotografía se despliega una larga historia de inspiradas deducciones neurocientíficas y errores igualmente inspirados, todos enfocados en esclarecer ése preciso vínculo.

En 1873, el científico italiano Camillo Golgi desarrolló una mancha negra para realzar los filamentos neurales de un micrón de ancho. Quince años después, el científico español Santiago Ramón y Cajal desplegó la mancha con una destreza virtuosa, y le presentó al mundo poblaciones visibles de neuronas individuales. Las dendritas, o raíces, de estas células nerviosas alargadas recopilan información. Los axones, o troncos, la transmiten.

Hoy esas mismas siluetas esqueléticas resplandecen rebosantes y con colores brillantes, cortesía de genes insertados que codifican moléculas fluorescentes. La variación más dramática en estos métodos para realzar las neuronas en colores vivos, llamada Brainbow por sus inventores, convierte a los cerebros de ratones vivos en alocados bosques neón de árboles ramificados. El circuito electroquímico que impulsa la información alrededor de ese bosque, de nervio a nervio, ha generado sus propias imágenes fabulosas.

Mientras tanto, el tráfico en grupos largos de neuronas viajando juntas alrededor del cerebro se vuelve visible con una variación de la técnica de escaneo estándar llamada resonancia magnética de difusión. Aquí, las neuronas sí parecen pasta, ligeramente húmedas, flexibles y definidas. Si embargo, si la estructura es destruida (por un golpe, por ejemplo) los filamentos se rompen en fragmentos, y la carretera de la información queda destrozada.

En el ensayo final del libro, Joy Hirsch, especialista en imágenes del cerebro en Columbia, simpatiza con los lectores que odian la idea de que ellos (sus yo esenciales, lo que les gusta y no les gusta, sus premoniciones, tendencias y decisiones de vida) no son más que circuitos neurales.

"Estas células y moléculas, inundadas con diversos cocteles neuroquímicos en mis ganglios basales, son presuntamente la base de mi amor y apego hacia mi esposo", escribe. "Al inicio de mi travesía académica me habría resistido a este inevitable hecho biológico por la idea equivocada de que una base física disminuiría la grandeza y centralidad de mi elección de una pareja de vida." Ahora, Hirsch dice que acoge con alegría "la asombrosa unidad del cerebro físico y de la mente". Y no ve que alguien tenga mucha opción más que aceptarla.

"La gente asumió durante miles de años que debe haber algo más", escribe en la introducción el escritor de ciencias Jonah Lehrer. "Y sin embargo, no hay nada más: esto es todo lo que somos."

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