lunes, 1 de marzo de 2010

Arqueología / México: INAH halla sitios de etnia extinta en Chihuahua


Especializas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta) localizaron en la Sierra Tarahumara más de una decena de sitios de carácter habitacional y funerario, algunos con más de mil años de antigüedad, que podrían corresponder a los tubares, un grupo indígena que se extinguió hacia finales del siglo XIX

Los sitios se encuentran al interior de cuevas de poca profundidad en la Barranca de la Sinforosa, en el estado de Chihuahua y de acuerdo con estudios preliminares podrían corresponder a los Tubares, un grupo indígena que durante la Colonia se aisló en la Sierra Tarahumara para evitar su evangelización y que se extinguió hacia finales del siglo XIX, informó el INAH.

Un grupo de indígenas encontró estos vestigios durante el segundo semestre de 2009 y avisaron al INAH, pero fue necesario dejar pasar la temporada de lluvias para que los especialistas realizaran una visita de exploración arqueológica, ya que el fango y la espesa vegetación dificultaban el acceso.

Se trata de nueve sitios de tipo habitacional/residencial, dos de tipo ceremonial/ritual y un par más de carácter funerario/cementerios, encontrados en las localidades de Ohuivo, Chorogue, Zapuri y Güerachi, correspondientes al municipio de Guachochi.

De acuerdo a la arquitectura, el sistema de entierros y referencias de investigación en la región, la antigüedad de esos sitios corresponde del año mil d.C. a los siglos XVI y XVII, afirmó el arqueólogo Enrique Chacón, adscrito al INAH-Conaculta.

«En la memoria histórica colectiva del pueblo rarámuri (tarahumara) se tiene la referencia de que los sitios arqueológicos que localizamos fueron habitados por los cocoyomes, término que era utilizado para designar así a los tubares que no aceptaron la evangelización y se aislaron hacia los rincones más profundos de la Sierra Tarahumara», explicó Enrique Chacón.

Hasta el momento, dijo, no se han podido definir las principales características de esta etnia, pero se sabe que era un pueblo ribereño que desarrolló a partir de su relación con los ríos que corren por las barrancas de la Sierra Tarahumara.

Asimismo, establecieron relaciones culturales con el pueblo rarámuri y los grupos de la costa del Pacífico (norte de Sinaloa y sur de Sonora).

«Se sabe que los tubares tuvieron tres etapas de desarrollo: fueron nómadas, luego seminómadas y finalmente se asentaron y formaron pequeñas comunidades aprovechando las cuevas como viviendas, tumbas y graneros para almacenar sus alimentos», expresó Chacón.

Los sitios habitacionales/residenciales son similares a los que tradicionalmente se conocen en el noroeste de México y suroeste de Estados Unidos como «casas en acantilado».

«Son construcciones de tierra y piedra, con aplanados en las paredes. Corresponden a cuartos destinados para dormitorio, así como graneros y otras estructuras para almacenamiento. Todas ellas fueron construidas al interior de abrigos rocosos o cuevas de poca profundidad, y eran utilizadas para dormir y protegerse de animales salvajes que abundaban como león, puma, oso y lobo, o de otras tribus enemigas», indicó el especialista.

En los espacios de índole funeraria, detectados en un pequeño abrigo rocoso, se localizaron los restos de cinco individuos: dos infantes y tres jóvenes, los cuales datan de los años mil al mil 450 d.C, mientras que en una cueva se encontraron los restos de al menos seis individuos de ambos sexos (infantes, jóvenes y adultos), que datan de los siglos XVI o XVII.

«En general, los restos humanos se encontraron dispersos, sin articulación ni posición anatómica».

Las evidencias materiales asociadas indican que los individuos fueron envueltos en mantas de fibras vegetales (petates), atados con cuerdas y asegurados con agujas de madera. Fueron sepultados con ofrendas, compuestas por artefactos de cerámica lisa y de calabaza-guajes, principalmente.

En cuanto a los sitios ceremoniales/rituales, abundó el especialista, corresponden a oquedades (morteros o pocitos) realizadas sobre la peña de los cerros donde, al parecer, se realizaban rituales. De este tipo de sitios, uno de ellos se localizó en la cúspide de un cerro y el otro en la entrada de una cueva.

Enrique Chacón concluyó que el primer paso para la protección de las cuevas y en general de los vestigios arqueológicos, ha sido el registro de los mismos y su inclusión en el Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicas.

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