lunes, 24 de agosto de 2009

¿Intelectuales? "literarios"


Un comentario de la hermana republica de Colombia que debe hacernos reflexionar en Costa Rica

Por: Klaus Ziegler
Colombia es un país de intelectuales literarios, nombre con el que Charles P. Snow, en una polémica conferencia titulada Las dos culturas, denominó a aquellos humanistas y científicos sociales carentes de formación científica (que proliferan en los departamentos de humanidades de nuestras universidades), empachados de esa verborrea indigerible, vacua y pretenciosa que resulta tan útil cuando de ocultar las más ramplonas trivialidades se trata, y que permite intimidar a todo el que pretenda insinuar que el emperador va desnudo.

Ejemplos de imposturas abundan en las ciencias sociales, como muestra el profesor Pablo Arango en su incisivo artículo “La farsa de las publicaciones universitarias” (El Malpensante, N° 97). Sin embargo, y a pesar de que en muchos casos puede darse el fraude, me inclino a pensar que mucha parte de esta impostura no es deliberada, y es más una consecuencia del acentuado analfabetismo científico de la mayoría de los intelectuales literarios.

Los programas de antropología, para dar un ejemplo, son un popurrí de relativismo epistemológico y antropología cultural, adobada con el peor estilo posmoderno, que imposibilita la comprensión aun de los fenómenos más simples. Bajo el supuesto de que el objeto de estudio es sólo un constructo social, desaparece la posibilidad de hacer de esta disciplina una ciencia objetiva, y el estudiante termina dándole toda la importancia a discursos presuntuosos y vacíos que no guardan relación alguna con la realidad.

En los departamentos de sicología la situación es aún más deplorable: ¡se sigue enseñando a Freud! Es como si en el currículo de química se hiciera a un lado la teoría atómica y se reemplazara por la del flogisto. Se ignoran olímpicamente todos los desarrollos logrados por las ciencias cognitivas y la neurología en las últimas décadas.

Los avances de la genética, la biología, la epistemología evolutiva, y la neurología han permitido construir un marco teórico en el que es posible fundamentar las humanísticas sobre bases empíricas y conceptos rigurosos, con la premisa de que nuestras mentes hacen parte del mundo natural, y por ende son susceptibles de ser descritas con un puñado de leyes simples y fundamentales. La evidencia de que nuestros genes moldean nuestro comportamiento, nuestras emociones e inclusive nuestra moral, es abrumadora.

Igual que los escolásticos medievales ante la revolución copernicana, los intelectuales literarios prefieren voltear la mirada hacia otro lado mientras que las nuevas ciencias humanas avanzan imparables delante de sus propias narices.

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